jueves, 29 de noviembre de 2007

La Mujer en Vadinia

29.11.2007


Se podría afirmar, con el debido respeto, que la mujer en Vadinia es, por encima del oso, el urogallo y cualquier otra especie, el emblema en mayor peligro de extinción de nuestra tierra. Si la despoblación se ha convertido en un mal endémico de los pueblos desde la década de los setenta hasta hoy, es en gran parte debido a la ausencia de oportunidades laborales para la mujer en el mundo rural.
La reconversión de los modos de vida agrícola-ganaderos de subsistencia y los nuevos roles asumidos progresivamente por la sociedad, han convertido nuestros pueblos en lugares prácticamente vedados a la mujer.

El desempleo afecta por norma general de manera más directa a mujeres que a hombres en el conjunto del país -por encima de la media europea- situación que se ve agravada en nuestro entorno por las peculiaridades del medio y la falta de políticas de incentivación social y de discriminación positiva. Según datos del año 2.000 el 77% de las mujeres viven en municipios de más de 10.000 habitantes. El 16% en municipios de entre 2.000 y 10.000 habitantes y el 7% restante en municipios de menos de 2.000 habitantes. Estas cifras, de por sí no significarían nada si no se contrastase con su peso correlativo en relación con la población masculina. Sin embargo, una vez comprobada la más que intuída desproporción, no ofrecen ninguna duda acerca de la causa-efecto en la necropsia demográfica cotidiana de Vadinia. Sin mujeres no hay vida, ni proyectos, ni fe en los milagros.

El escritor Julio Caro Baroja, en su obra Los Pueblos de España, recoge los resquicios de un remoto matriarcalismo que sin duda rigió las costumbres de nuestros antepasados vadinienses, a propósito del "matrimonio de visita" y el papel de la familia tradicional leonesa.
Esta reflexión viene a raiz de la lectura de la obra "Los Caminos del Esla" de Juan Pedro Aparicio y Jose María Merino. En la segunda jornada de su viaje en busca de las controvertidas fuentes del Río Esla, el día tres de Septiembre de 1.978 recalan en la localidad de Barniedo de la Reina con la intención de fotografiar una de las últimas pallozas de techo de paja, y acaban conociendo a una de esas mujeres vadinienses a las que ya Estrabón hizo referencia allá por el siglo uno.
A continuación reproduzco un extracto del cuaderno de viaje de Aparicio y Merino donde se relata este encuentro:


«En la fachada fronteriza a la palloza arruinada, sentados en sendos poyetes de piedra, recostada apenas su espalda en la pared, permanecen dos hombres de edad avanzada. Les saludamos y nos interesamos por la causa de las ruinas. El más cercano a nosotros hace un ademán con la mano, vago gesto de 'autoestopista, y de su boca se desprende un esforzado e ininteligible monosílabo. Interpretamos que nos ha remitido a su compañero, a quien repetimos la pregunta. Los dos hombres nos miran con mansa placidez, que nuestro interrogatorio no logra perturbar. El segundo, que ya a nadie puede remitirnos, repite no obstante el gesto y el balbuceo de su compañero. Ambos tienen abrochados todos los botones de sus camisas y sus chaquetas de punto; están bien aseados, arreglados con pulcritud y, pudiéramos decir, con simetría.
Nuestra perplejidad es interrumpida por una señora que emerge del interior de la casa. Ya antes de que asome por la puerta oímos con claridad su voz firme y dispuesta. Se presta gustosa a asumir ella las preguntas que hicimos a los dos hombres. "Esa casa se ha ido cayendo porque el dueño ya no vive en el pueblo y nadie la cuidó", dice. Luego nos explicará que casi todas las casas del pueblo tuvieron alguna vez el techo de paja, y estas explicaciones derivarán hacia un diálogo bastante extenso.

(...)

Pero nosotros sentimos curiosidad por conocer la causa del mutismo de los hombres que permane cen sentados y de la mujer que acabamos de ver y, con cierta timidez, preguntamos si son mudos. Su respuesta es tan firme, segura y alegre como su relato anterior. "Son inocentes" dice, y contesta a nuestras nuevas preguntas contándonos cómo su madre, encontrándose embarazada, sufrió una brutal impresión al ver a su marido recoger del pajar el cadáver ensangrentado de su prima Benigna, víctima de un accidente que la narradora no explica con claridad. Tal embarazo se malogró y de los posteriores nacieron estas criaturas, además de otras que vinieron muertas al mundo y de algunas otras que, aunque vivieron, han muerto hace ya tiempo.


A la señora no le inmuta nuestro asombro. Lo cierto es que ella sola, sin ayuda, ha mantenido y cuidado a sus hermanos, haciendo todas las faenas campesinas, desde la roturación a la siega, realizando trabajos verdaderamente "de fuerza". Ella afirma que esa cruz se la ha enviado Dios y que ella la ha acogido con alegría. "Ni sus necesidades saben hacer", dice. Los mira y uno de ellos sonríe. Ella se agacha y le señala un calcetín que está torcido. "Todo se lo tengo que hacer a estos pobres", comenta. El hombre se descalza y se afana torpemente en enderezar su calcetín. "Hay que limpiarlos cuando hacen sus necesidades, lavarlos, vestirlos..." La señora tiene 73 años, se apellida Rodríguez -el nombre quedó fuera de nuestras anotaciones- y según nos informa, la hemos pillado en muy mal momento, porque está haciendo la comida. Sin embargo, aún nos enseña su huerta detrás de la casa, que también cuida ella, y en su afán de informarnos señala a lo lejos, a lo alto, a la masa montuosa y verde que, tras las casas del pueblo, levanta su mole inmensa, y nos dice que allí se encontró una piedra con inscripciones, en los restos de un castillo "que tuvieron los moros". Sin duda se refiere a alguna estela cántabra, de la tribu de los vadinienses. Hallazgos de estas estelas se han producido a lo largo de todo el alto Esla, hasta el mismo León. Se ha manipulado de tal modo la enseñanza de la historia que esta señora, que conoce los pormenores del "tanto monta", ignora las señas directas de su propia identidad. Confunde a sus antepasados vadinienses con los moros, que nunca tuvieron aquí asentamiento, y atribuye exclusivamente a la religión las fuerzas que muy principalmente una cultura matriarcal, de la que ella vive las reminiscencias, ha podido añadir a su propia entereza.
Nosotros recordamos ese aleluya que dice:

"Hace la mujer en León
del hombre la obligación "

como epítome de aquellas leyes sociales que anotó el geógrafo griego Estrabón al hablar de estas tierras, hace ya dos mil años.»


Tanto y tan rápido cambian estos días que nos han tocado vivir, como testigos vivos de tiempos pasados en figuras de madres y abuelas que recogen una idiosincrasia heredada -nunca fingida- y que seguramente esté condenada a extinguirse en sus personas. Mientras perviva en nuestro recuerdo, vivirá en sucesivas generaciones.
Vale.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las mujeres y los pueblos intermedios, puntales para mantener la población

El apoyo a los municipios intermedios y a las mujeres son los pilares, junto a la base económica, sobre los que se debe asentar el crecimiento de la población en Castilla y León. Así lo subrayó ayer Anna Cabré i Plá, geógrafa y directora del Centro de Estudios Demográficos, durante el seminario sobre población organizado por el Banco de Pensadores. «No vería al municipio intermedio como enemigo del pequeño, sino como el amigo necesario», aseguro esta autora de numerosos artículos y publicaciones de demografía, quien consideró «poco municipio para mantener la población de la Comunidad» contar sólo con ocho núcleos de más de 10.000 habitantes,descartando las nueve capitales de provincia, los tres de sus alfoces y los tres mineros que superan esta cifra.
Cabré incidió en el papel fundamental que en una sociedad «antropológicamente matrilocal» como Castilla y León juegan las mujeres a la hora de asentar habitantes en el medio rural. «Si las mujeres se van, tiene difícil solución», subrayó esta catedrática catalana, quien reclamó «dar oportunidades» y «trabajo fijo y de calidad para los jóvenes y, en particular, para las jóvenes».
Cinco tópicos
Anna Cabré incidió en que Castilla y León «es una comunidad con un desarrollo humano excelente, una enorme calidad de vida y enorme potencial», pero la cuestión es «qué hacer en el futuro», en el que «lo importante» es «cuál será la base económica».
«Disponen de más latitud para inventarse el futuro», retó a los asistentes al semanario Anna Cabré al terminar su intervención, en la que destacó que tanto en esperanza de vida, como en educación e ingresos -los tres factores que estadísticamente marcan el índice de desarrollo humano- Castilla y León «mejora la media nacional».
La directora del Centro de Estudios Demográficos comenzó su argumentación desmontando cinco «tópicos» sobre población que afectan a la región y ofreciendo una visión positiva de Castilla y León. Así, desmintió la teoría de que la población crece y decrecerá, ya que las cifras «han cambiado mucho» y esa imagen se debe a «ideas arraigadas en la realidad del pasado». Desde su punto de vista, la despoblación del medio rural «es el final de un largo proceso que ha marcado las mentalidades y se cree que se va a producir siempre», pese a que «el grueso se dio hace sesenta años». En este punto, además de retar a plantearse qué actividades económicas se pueden llevar a cabo aquí, animó a hacer un cálculo «del uso real del territorio porque ustedes van a salir ganando», aunque descartó la posibilidad de la bipertenencia a dos lugares.
«Guardianes del territorio»
En sus tesis también sostuvo que «el envejecimiento ha llegado a sus máximos relativos» y defendió la presencia de pocos mayores en los pueblos como «guardianes del territorio». «Creo que deberían patentar sus buenas prácticas con los mayores porque lo que están haciendo aquí tendrán que hacerlo en otros lugares», afirmó Cabré, a la vez que consideró que «veo como una ventaja» la dispersión y disponer de un amplio territorio. Además, también sostuvo que no «la movilidad de los jóvenes no sólo es inevitable, sino deseable». «Pero hay que recuperarlos», matizó.

http://www.abc.es/20100330/castilla-leon-castilla-leon/mujeres-pueblos-intermedios-puntales-20100330.html