domingo, 29 de junio de 2008

Una de Romanos

29.06.2008









“Tridio Alonge, El último relincho vadiniense”


Muy recomendable novela ambientada en el tiempo de los vadinienses, aquellos parientes lejanos que vivieron y murieron hace ya más de mil ochocientos años por estas que hoy decimos nuestras montañas. Disuadir, tanto a aquel lector que busque una versión contemporánea de las aventuras de Asterix, como al que busque un best seller, las elaboradas escenas costumbristas y las detallistas descripcipciones que rodean la narración le harán comprender que no se trata de un simple folletín de consumo fugaz.
La difícil tarea de evocar sentimientos y situaciones familiares mediante un lenguaje poético, sin perderse en ningún momento por empalagosos derroteros, queda resuelta de manera más que satisfactoria por Saturnino Alonso Requejo, el autor, natural de Remolina y hábil artesano de la palabra, como demuestra en este estupendo libro. El prólogo de la obra contiene una advertencia necesaria, no es su intención reescribir la historia, si no compartir con los demás esas veredas que conducen hacia las ensoñaciones personales.

« ¡Cualquiera sabe si fueron así las cosas! Pero si no lo fueron, bien pudieron haberlo sido.»


Se nos antojan lejanos a los ojos del mundo moderno aquellos hombres y mujeres que dejaron su indeleble huella en forma de piedras labradas con sencillos dibujos y sentidas dedicatorias. “Que la tierra te sea leve
Aún hoy siguen apareciendo bajo los suelos estas pesadas losas funerarias, o sosteniendo los sillares y muros de cuadras y casas antiguas, sin embargo, los huesos de las personas en cuya memoria se erigieron un lejano día han sido ya devueltos al ciclo de la vida eterna, disueltos por fuentes subterráneas de aguas claras y esparcidos en forma de primigenios minerales por tierras de las que se nutren las raíces de nuevas formas de vida que nacen y mueren, alimentando cada cual a su necesaria manera este perpetuo círculo, ajenos todos al tiempo de los hombres.¿Qué son al fin y al cabo mil ochocientos años? ¿Cuánto tarda un río en horadar la peña donde se asientan los cauces que nos dan de beber? ¿Y quién vio el lejano amanecer en que nacieron las montañas que el hombre siempre conoció en su lugar? Como bien decía Julio Llamazares, el paisaje es memoria.

Pero más allá de estas reflexiones, el sencillo relato de Tridio Alonge tiene la virtud de esbozar un amor por la tierra que hoy en día para muchos resulta difícil de comprender. Un desolador pragmatismo enturbia el razonamiento de las personas que dejan de apreciar las cosas por sí mismas si no conllevan una utilidad inmediata. Humillados y sometidos a un vasallaje voluntario, olvidamos nuestros lazos invisibles con todo lo que nos rodea, y enfermamos de una pena, que, a diferencia de la del protagonista, no sabemos de dónde procede. He disfrutado, en definitiva, mucho con esta lectura, de la que imagino el paciente lector sabrá apreciar y extraer sus propias y valiosas lecciones,

Vale

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