miércoles, 24 de diciembre de 2008

Hermano Lobo

24.12.2008


Han pasado muchos años desde aquella lejana tarde de otoño en que la Tía Tasia me encargase la penosa tarea de sacrificar aquel perrín de la Fosca que se había escalabrado tras recibir la coz de una de las vacas de mi padre. Aquella zarria de bicho, hecha una bola de sangre y con varios huesos rotos no hubiera tenido la más mínima posibilidad de prosperar en esos tiempos tan diferentes de los actuales, en que los veterinarios eran escasos y ajenos a los problemas de los perros que había por el pueblo.

Encaminando mis pasos hacia el grajero de la Paliella, con el animal en brazos, tendría que haber sido de piedra para no conmoverme con los sollozos que echaba la criatura. He leído muchas veces el pasaje de La familia de Pascual Duarte en que el protagonista descerraja un tiro a su fiel perra Chispa y aunque sé que no se puede comparar, me estremezco cada vez que repaso esas líneas.

Ya solo, allí sentado en silencio a los pies de aquel agujero oscuro y frío le daba vueltas a la naturaleza del llamado mejor amigo del hombre. Qué se le pasaría por la cabeza aquel remoto día a la ancestral criatura silvestre que fue lobo, quizá hastiada de las peleas por obtener un escalafón social, que le permitiese el mejor trozo de carne, el privilegio reproductivo exclusivo de la manada, o quizá simplemente hambrienta, olvidó el miedo por su primer y último enemigo mortal, el hombre, y se acercó por primera vez a lamer la mano del que a partir de ese momento pasaría a ser su dueño. Renunció a su sagrada libertad para someterse a los caprichos y voluntades de su amo, a cambio de un mendrugo de pan. ¿Cómo sería aquel difícil camino de domesticación, de qué manera se superarían las desconfianzas mutuas y se llegaría al pacto? ¿Quién ganó y quién perdió en aquel trato? ¿Echarían de menos los perrolobos como la Fosca el aullarle a la luna? ¿Les reprocharían en cambio la traición sus asilvestrados congéneres al sorprenderles en la labor de pastores? El adormecido pero no extinto instinto cazador, la excitación al oler el miedo de la presa, el círculo protector y familiar de la manada, la sensación de libertad ¿Era consciente aquel primigenio lobo del sacrificio al que sometió a su estirpe?

La Fosca y otras perras que hubo en casa, llegada la época de celo se echaban al monte durante días y volvían preñadas de lobos. Yo disfrutaba para mí imaginándolas en la espesura del monte corriendo entre los suyos caminos recordados por la herencia genética de su especie, dando rienda suelta por unos días y unas noches a todas las pasiones inhibidas durante su vida entre los hombres. Lo que más me llamaba la atención es que al final, siempre regresesaban al que ya consideraban su hogar. Ni el hambre, ni el sacrificio de sus camadas, ni los palos que de vez en cuando recibían, medraban en su tarea encomendada de servir a su dueño. Me asombraba y me sigue asombrando la ambivalencia de esta criatura, representa las dos caras de una misma moneda, el mismo animal que en libertad es el azote y enemigo del hombre, sometido a su yugo se convierte en su más fiel y entregado aliado.

Hay un viejo dicho español que reza "Dame pan y llámame perro" yo nunca lo he tenido en consideración. Muchas veces me ha sorprendido el destello de una inteligencia empática en la mirada de un perro. La fidelidad de este animal no se logra a base de mendrugos y eso lo sabe bien quien ha convivido con ellos. Hasta que punto habremos abusado del don de estas criaturas que hemos convertido su virtud en defecto. Tenemos una deuda eterna para con su especie de la que empecé a ser consciente aquella lejana tarde de otoño en que la Tía Tasia me encargase una penosa tarea...

Vale.

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